Historia

Nuestra historia

“Quise ser profesional”
Clemente Rodriguez Menezo

Nací en San Miguel de Meruelo, Cantabria, el 23 de Noviembre de 1926.
Mis padres me pusieron el nombre de Clemente por ser ese día el de San Clemente, curiosamente el mismo en que culminó la reconquista de Sevilla, en la que participaron también los trasmeranos.

Soy el séptimo hijo de Julio Rodriguez, ebanista y barnizador, cuya familia disponía de establecimientos relacionados con estas profesiones en Zaragoza y Madrid, y Brígida Menezo, descendiente de una de las principales sagas de campaneros de todo Trasmiera.

El tiempo en el que vine al mundo en esta región privilegiada del suelo español era el de la Dictadura de Primo de Rivera, y cuando contaba cuatro años emergió súbitamente la Segunda República. Ese fue el escenario sociopolítico en el que crecí y experimenté mis primeras vivencias.

Negocio familiar

Desde que nuestros hijos tomaron el timón del negocio familiar de manera firme y acertada, hace ya años, me propuse dejar estas líneas sobre el papel para describir, al menos, algunas de las vivencias y experiencias que conservo en mi memoria y considero son y fueron fundamentales, directa o indirectamente, en el devenir de mi desarrollo profesional, que al fin y al cabo ha sido el de mi vida.

Los de nuestra generación compartimos con los de las generaciones de nuestros hijos, nietos y bisnietos, algo común: el entorno paisajístico de nuestro valle y el de toda Trasmiera. Sin embargo, las circunstancias técnicas, económicas y sociopolíticas eran radicalmente diferentes, cuando yo y los de mi generación éramos mozos.

Cambios económicos y tecnológicos

Lo que realmente se ha transformado hasta ser irreconocible son los factores tecnico-económicos. Y el progreso de éstos ha influido, sin duda, en la transformación sociopolítica de la sociedad trasmerana y en la del resto de España, de forma inimaginable para un chaval que comenzó a ir a la escuela en la década de los años treinta del siglo pasado.

Los avances tecnológicos han sido determinantes en casi todos los aspectos de la vida. También, como no, en lo que a nuestra profesión atañe. En aquellos años a los que me refiero y en los de la juventud de mi padre, aún más, prácticamente todo lo elaborábamos con las herramientas y utensilios manuales, ¡qué diferencia! Y esas circunstancias marcaban el buen hacer y profesionalidad de los buenos artesanos, no solo en la ebanistería, sino en todas las demás profesiones. La fama de un profesional, entonces, se medía por su habilidad y capacidad para realizar una obra, lo más perfecta posible, con aquellos escasos medios, comparados con los que hoy nos ofrece la tecnología.

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